martes, 22 de mayo de 2018

El año pasado

El año pasado. Es decir, hace siglos, milenios incluso. Océanos de tiempo, oleadas de recuerdos. Del mismo recuerdo repetido, en realidad. El mismo y diferente. He leído la expresión el año pasado y no he parado de repetir el año pasado, el año pasado, el año pasado, con infinita pena y lágrimas en los ojos. Una voz en off, un tanto pretenciosa, como suelen ser las voces en off, ese recurso manido, lo ha dicho. Así ha sido. Nos repartimos las tareas, en eficaz división del trabajo: la voz hablaba y yo lloraba. El año pasado, decía la voz, mientras la imagen, mi imagen, mi yo, se diluía, ensoñadora, granulada, ondulante; se sumía en las sombras, sumisa y siseante. 

La expresiones banales son alta poesía, leídas en el momento justo. Te vuelan la tapa de los sesos. Te pillan desprevenido y ahí estás tú, pálido y atontado, conteniendo la respiración, presa de la pena infinita, envuelto en una especie de melancolía cálida y voluptuosa, saboreando tu pena con fruición, tu pena que no se acaba porque ni siquiera comienza.

El año pasado, es decir hace siglos. Y el año que viene tal vez. Pero no. Da igual. El eterno hoy ya se fue y nunca llegará. Irritantes contradicciones.

Se mesa la barba recién afeitada, adopta pose de pensador —pelo alborotado, pipa en mano—, fuma con parsimonia, los pensamientos se enredan, forman complejos arabescos aéreos. Tose y arruga el ceño pero finalmente no dice nada. Desolador silencio en las simas del pensamiento. Enigmático hermetismo. 

Y, desde el pasado, atravesando mágicamente los mencionados siglos y milenios, llega la sonrisa de un rostro que se desvanece.

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