martes, 30 de octubre de 2012

Arreboladas mejillas decimonónicas: la turbulencia pasional y sus signos


Estoy bastante seguro, aunque no lo he comprobado, de que la palabra que más veces se repite en las cien primeras páginas de Ana Karenina es mejillas y de que casi siempre están ruborizadas o, lo que viene a ser lo mismo pero mejor dicho[1], teñidas de arrebol



[1] Mejor significa aquí lo siguiente: con un estilo deliciosamente desfasado que nos retrotrae a ese mundo decimonónico de pasiones amorosas que se manifiestan, pese al intento de reprimirlas, en signos bien visibles: las mejillas arreboladas. No es que las pasiones sean exclusivas del siglo XIX, claro, pero no parece posible escribir algo así, hoy, sin la mediación de una conciencia irónica o cualesquiera modalidades discursivas oblicuas que atenúen la violencia que hay implicada en decir las cosas directamente. Si alguien, hoy, escribiera que a un personaje se le tiñeron las mejillas de arrebol, para describir la súbita impresión producida por la contemplación del objeto de deseo, la intención del escritor, probablemente, sería paródica o, en el caso de no serlo, estaría cayendo en una cursilería imperdonable. Dado que no podemos sino ser hijos de nuestro tiempo, verdad de Perogrullo, por lo demás, no podemos ya sino sentir la distancia que nos separa de ese mundo, de esos signos y expresiones que envuelven a los novelones decimonónicos. Ciertamente, necesitamos nuestros propios modos y formas de escribir, pero eso no es motivo para denostar a los grandes maestros, como hacen algunos que usan sistemáticamente el adjetivo decimonónico con connotaciones peyorativas y que confunden innovación con ignorancia, y que conste que a mí me pirran la fragmentación, la ausencia de sentido englobante e incluso de final, la primera parte de El Ruido y la furia, con su narrador idiota y el caos verbal que parece echársete encima como un vendaval, El Innombrable y los fuegos artificiales vistos desde la orilla de Sandymount, pero eso sigue sin ser motivo para denostar al siglo XIX, así, en bloque. Decía cierto profesor, de cuyo nombre no queremos acordarnos (he/hemos cambiado a la primera persona del plural, de aquí en adelante, para adoptar un tono más academicista), pero del que hemos de decir que no parece haber comprendido la teoría del cierre categorial, que en la literatura lo que hay son sistemas de ideas objetivadas. No vamos a negar que esto sea así, pero nos parece insuficiente, de todas formas. En las mejillas arreboladas, por seguir con nuestro ejemplo, no hay tanto una idea como el signo expresivo de una pasión. Tampoco habría un sistema de ideas de las pasiones, sino la expresión de la vivencia de esas pasiones. Donde sí que hay un sistema, more geométrico además, de las pasiones y afectos, es en la Ética del divino Spinoza, por ejemplo, que justamente no es una obra literaria, por mucho que puedan alabarse las cualidades estéticas de su prosa, cristalina y solar. Si en la literatura solo hay sistemas de ideas, ¿en qué se diferencia de la filosofía? Por nuestra parte, aunque no sostenemos esto como tesis ni somos expertos en literatura, creemos que la nota diferencial y específica de la literatura radica en el uso expresivo del lenguaje, por encima incluso del uso significativo, lo cual podría acarrearnos las acusaciones de irracionalistas a las que tan aficionado es el no mentado profesor, quien, por cierto, ve un sistema de ideas racionalista y coherente en Los cantos de Maldoror, pero no lo ve en Así habló Zaratustra, de Nietzsche, quien según el profesor es un teólogo incapaz de usar la razón. Misterios de la vida. En la teología también hay sistemas de ideas objetivadas, por cierto. En el nombre del Señor, si Santo Tomás no es sistemático, ¿quién lo es? En fin, lo que queremos decir es que sí, insistimos, hay ideas en las obras literarias, e incluso discusiones filosóficas, como en La montaña mágica, pero que nadie se pierde en la nieve en la Crítica de la Razón Pura ni se ruboriza ni pega las mejillas ardientes al frío cristal de la ventana de un tren y que estas cosas, perderse en la nieve, pegar las mejillas ardientes al frío cristal de la ventana de un tren, no son ideas generales, sino signos expresivos, singularidades que no expresan algo unívoco o perfectamente determinado y acotado, sino algo abierto, indeterminado y, llámesenos místicos chiflados o lunáticos descerebrados, algo así como un flujo de intensidades que corre por encima o por debajo de los significados establecidos. Sabemos, no obstante, que todo este rollo de las intensidades irreductibles a los significados establecidos puede ser, y de hecho es, utilizado por dispositivos como la publicidad, con el objetivo de dirigir el deseo y la demanda, en el marco de un sistema capitalista. No estamos haciendo un llamamiento al abandono de la razón. Solamente decimos que el ser humano es tanto un sujeto racional como pasional. La definición de Faulkner, bien poco científica, pero precisa, preciosa y valiosísima, de la literatura como un fogonazo que ilumina la oscuridad que nos rodea, nos apasiona mucho más que esas definiciones de cartón piedra que nos proporcionan determinados profesores de los que sospechamos que no han entendido la teoría del cierre categorial y que imaginamos con un sempiterno ceño fruncido, aposentados en el Tribunal de la Razón y trabajando sin descanso en la caza de los herejes que no se ciñan a la única interpretación correcta que debe existir de una obra literaria y que convierten así, lo sepan o no, al sentido en una entidad metafísica hipostasiada, por mucho que presuman de materialistas. Ahora, como seguramente habrán notado, estamos desbarrando bastante. Tampoco queremos dar la impresión de que nuestros huesos se derritan por los popes de la posmodernidad o de que pensemos que no hay criterios y, en consecuencia, todo vale. No es eso. No todas las interpretaciones de una obra literaria son válidas, ni todas valen lo mismo, pero es que tampoco hay, necesariamente, una que sea correcta y que excluya a todas las demás. Por poner un ejemplo concreto, Casa tomada, de Cortázar, ¿acaso tiene una única lectura correcta?, ¿hay un sentido único, invariable, que el lector debiera desvelar?, ¿no se da así ya por supuesto que el sentido es único en lugar de ser múltiple?, ¿este dar por supuesto no es una petición de principio de índole metafísica? El sentido que puede atribuirse a Casa tomada, por otra parte, debe estar ligado a la obra. Es cierto que las interpretaciones en ocasiones se desentienden de las obras y las usan como meros pretextos, lo cual aquí nos desagrada profundamente, lo aseguramos, pero, a su vez, no es menos cierto que el hecho de que haya interpretaciones delirantes de muchas obras se usa como pretexto para intentar restaurar un Antiguo Régimen en el que una casta privilegiada detente el monopolio hermenéutico y prohíba las lecturas que considere desviaciones irracionalistas de lo que verdaderamente significan, como si lo que verdaderamente significan resultase evidente y no fuese el problema mismo de la interpretación y lo que es objeto de controversia, por no meternos ya en jaleos de tal magnitud como el de la noción de verdad. En definitiva, y ya vamos a ir acabando, aquí creemos en la literatura como alfombra mágica. ¿Somos irracionalistas por ello? Muy bien, pues lo somos.

2 comentarios:

  1. A estas alturas resulta tan cursi y pedante escribir las mejillas arreboladas por la pasión inopinada como optar por el carrillo intoxicado por la aceleración de las partículas. Lo que triunfa es la economía de lenguaje, pasando de lo adjetival a lo puramente verbal, de la estética a la acción, el grado cero de la escritura, el fin de la era Flaubert. Ahora o escribes "se sonrojó" o vas jodido.

    Interesante reflexión, por cierto. El tema de las interpretaciones siempre es problemático. Como decían los antiguos, ni los poetas mismos saben qué quieren decir con sus escritos. Escribir es un acto irracional y absurdo. De ahí que al interpretar existan tanto puntos de interferencia y tantísima sensación de incertidumbre.

    Saludos.

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  2. Cierto

    saludos

    PD: no comento más, que hoy no tengo el cerebro dispuesto a realizar ningún esfuerzo :)

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