domingo, 16 de agosto de 2009

Las lágrimas como signo poético, por un fan de Bataille

Las lágrimas no son signo de debilidad, son la expresión de una conciencia aguda capaz de captar la vida en su intimidad, como diría Bataille. Intimidad no equivale a interioridad, a la interioridad axfisiante del sujeto moderno. Intimidad quiere decir aquí superación y negación del mundo de lo útil, del mundo de los objetos conformado por la mediación del trabajo, de la actividad productiva, superación de la alienación. Entonces, las lágrimas no expresan simplemente la tristeza de un sujeto, expresan, además, una felicidad que se desborda al establecer contacto con el esplendor del ser, al intuir la abolición de las oposiciones entre naturaleza y espíritu, entre sujeto y objeto, y captar la continuidad del ser como una unidad, no obstante, incompleta, abierta a devenires; acontecimiento excesivo que no puede ser verbalizado ni, por consiguiente, razonado y se resuelve en gesto inútil, en gasto improductivo, en belleza erótica-artística-religiosa, más allá del saber, de las categorías, susceptible de ser apenas señalado por un lenguaje poético en guerra contra sí mismo, que dice su imposibilidad de decir aquello que lo excede, que lo supera y que querría ser grito, gesto violento, primordial. La poesía es lo incivilizado del lenguaje. En cierto sentido, anhelo de un origen que no deja de desplazarse porque no existió, fundamento ausente, sin positividad, sin historia, que no deja de insistir y de destellar en el límite de la lengua.

Todo esto creo que se entenderá mejor si pensamos en la música. La música toca la intimidad del mundo y de la vida, del ser, si quieren, en su dinámica, sin la opacidad de las significaciones del lenguaje. Posee una dimensión trágica, triste y alegre; escuchada con la suficiente intensidad provoca un torrente de lágrimas felices en el oyente.

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