sábado, 1 de agosto de 2009

Diario de un comunista hegeliano

Es extraña la mala prensa que tienen la rutina y la seguridad. Los elogios que reciben la libertad y el riesgo son fantasías, probablemente necesarias, de acuerdo, fantasías para contarse al oído, en la cama, con una ligera borrachera, las noches alegres. Por mi parte, adoro la rutina y soy capaz de detectar la hipocresía a distancia. Soy un tipo franco y honesto, esa es la verdad; soy un tipo aburrido, aunque no me voy a suicidar. Me encanta la tele. La tele y la rutina. Construyo mi mundo, como todos (el suyo, quiero decir). Mi libertad, mi pequeño reducto. Las fantasías se consumen, venden mucho, dan dinero, esa es la verdad. Me siento delante de una pantalla con una cerveza bien fría en la mano y soy feliz. Básicamente, soy un tipo simple y conformista. El conformismo tiene mala prensa, pero no sé por qué, yo no conozco un estado más agradable. Acuerdo categórico con el ser, podríamos llamarlo, robándole la expresión a Kundera, novelista que, por otra parte, no me entusiasma demasiado. Le leo por rutina. Cuando no sé qué hacer, me digo que no estaría mal leer a Kundera, por pasar el rato. Aunque no sé qué pinta el término "categórico" en esa expresión.

Acuerdo alegre con el ser.

Acuerdo por cojones con el ser, porque el ser es lo que es, eso lo sé porque fui a la Facultad de Filosofía a pasar el rato en mi juventud. Básicamente, soy un hegeliano de izquierdas reaccionario.

Acuerdo racional con el ser.

Creo que el Estado es necesario, sí, ¿qué pasa, putos anarquistas de mierda, qué habeis hecho vosotros en los últimos años? Quejarse mucho y no mover un dedo, pasearse con perros sarnosos por ahí, poco más. ¿Veis lo reaccionario que soy? Creo en el orden y en la ley, sí. No se puede construir nada sin orden. Nada que valga la pena. Nada grande se ha hecho sin pasión, decía mi maestro Hegel, que también dijo que todo lo verdadero es concreto, algo que se les olvida a algunos de sus detractores. Creo en la libertad. La esencia del Espíritu es formalmente la libertad. Eso suena bien. El Espíritu es dolor infinito. Esto es menos lúgubre de lo que suena, es épico y trágico. Nunca he sabido reconocer las siete diferencias entre un anarquista y un liberal. Por esto me llamaron dogmático, pero la verdad es que no sé reconocerlas. El problema es, digamos, epistemológico. Soy un tipo dogmático y reaccionario, eso es cierto. Las dos palabras me gustan, los dogmas me gustan y no veo nada de malo en ser reaccionario. Como no soy un hipócrita lo puedo decir. No hay izquierda que valga con esos tiparracos que luchan contra el sistema bebiendo cerveza y vistiéndose de un modo atroz. Yo también bebo cerveza, pero al menos me visto con cierta elegancia. Todos los pobres son feos, esa es la triste verdad. Esto suena muy de derechas, pero es preciso reconocerlo cuanto antes. Como son feos, hay que echarles del centro de las ciudades. Si un día se rebelan y destruyen las ciudades yo les aplaudiré. No me alegraré, porque será bastante desagradable, pero les aplaudiré y diré que ya era hora, coño. Levantaré el puño y brindaré por la revolución. Claro que yo desprecio el lumpen que no produce valor. Cuando un pobre me pide dinero siempre le digo lo mismo: asqueroso explotador. Se sorprenden mucho. Me suelen responder que explotador lo será mi puta madre. Yo les respondo que mi madre trabajó toda su vida y era una buena comunista, no un vago de mierda. He intentado toda mi vida ser un buen comunista. He leído cien veces el Manifiesto Comunista. Ese maravilloso inicio shakespeareano me pone los pelos de punta. Confío en que un nuevo Lenin convierta Europa en un lugar bien ordenado y comunista. Hasta entonces, me dedico a ver series de televisión. Revolucionario y conformista parece que no encajan, pero yo no quiero hacer la revolución, quiero que la hagan otros, para poder ser conformista en una sociedad bien ordenada. Yo me dedicaría al orden, es decir, a administrar cosas después de la revolución. Trabajaría para el Partido. Pensaría estrategias para vencer a nuestros enemigos. Todo el mundo trabajaría, pero poco. Lo necesario. Esa es la libertad: trabajar sí, pero poco.

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