domingo, 5 de octubre de 2008

Sobre la estética de la existencia (esbozo)

Hablemos, pues, del individuo, de el gran solitario. Procuremos, cuidadosamente, desmarcarnos de los discursos esencialistas. Gestos, estilos de mirar, de caminar, de reír, de llorar, de fumar, en definitiva, formas de actuar, prácticas a la vez sociales e individuales, conforman su ser, no como atributos de una esencia inalterable, como predicados de un sujeto (hay que pensar en un marco distinto al de la metafísica aristotélica) sino su ser pensado como las múltiples capas de una cebolla: si arrancas todas las capas no queda la esencia en su esplendorosa pureza, porque no existen ni la esencia ni la pureza. Los individuos no son átomos aislados, la interacción no es una propiedad accidental sino una relación necesaria en la constitución de los individuos en cuanto tales. No hay posibilidad alguna de autoconstituirse monológicamente. El rostro del otro aparece antes incluso que nuestro rostro. Sin el rostro del otro el ser humano no sabría reír. En la ética considerada como estética de la existencia hay que integrar la interpelación del otro; el cuidado de sí y el cuidado del otro no pueden desgajarse y oponerse. Si lo hacen, no hay ética sino escapismo y el cuidado de sí corre el riesgo de transformarse en una espectacularización de sí vacía, en la escenificación esteticista de una tristeza irreparable.

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