martes, 28 de octubre de 2008

Como un idiota

Las grúas -quietas, calladas, recortadas sobre el horizonte- parecen ruinas o fósiles fantasmales. Los chicos del pueblo se lanzan desde el segundo piso de los edificios cuya construcción se ha paralizado de repente y tal vez para siempre, y caen en la arena, con el corazón palpitante y la adrenalina revolucionada. El cielo gris es una promesa o una amenaza de lluvia. La tarde languidece entre bostezos. Los más valientes (o los más temerarios) se lanzan desde el tercer piso. Y tú estás ahí, aún en el segundo piso, en el nivel de los principiantes, sin atreverte a dar el salto, sin decidirte tampoco a dar media vuelta y regresar a la calle bajando por las escaleras, porque eso sería de cobardes, un gesto ridículo y vergonzoso que significaría resignarte a aceptar tu propia cobardía quien sabe si para siempre.

La sangre se te agolpa en las sienes, te golpea rítmicamente el cuello, a un ritmo cada vez más acelerado que abrasa todo tu cuerpo y te nubla la vista. Aprietas los puños y estás a punto de lanzarte, pero antes de hacerlo imaginas tu cuerpo suspendido en el vacío durante unos breves segundos, que en tu imaginación se hacen eternos mientras esperas, indeciso, en el borde. Imaginas también el contacto brusco con la arena, no sabes cómo reaccionarán tus piernas. Ese corto vuelo asusta y atrae a partes iguales y no sabes cómo deshacer el equilibrio, inclinar la balanza de una vez por todas.

Los demás niños gritan y ríen, la mayoría ya se ha lanzado, ya ha superado esa primera vez que da pavor y se comportan como expertos consumados en el arte de lanzarse desde el segundo piso de edificios en obras a las grandes montañas de arena que sirven para hacer el cemento. Algunos gritos son de ánimo y otros gritos son crueles. Mientras esperas, haciendo esfuerzos increíbles e invisibles por superar tu miedo, van lanzándose, como un goteo interminable, otros chicos, haciendo ostentación de su valentía, escupiéndotela a la cara con insolencia. Se lanzan como si nada, como si no tuviera importancia, se lanzan y ya está, sin pensar, suben las escaleras y bajan volando y aterrizan en la arena sin sufrir ningún tipo de daño. Tú permaneces ahí de pie, concentrado, sin escuchar los gritos de los demás, hasta que todos empiezan a irse, poco a poco, y al final te quedas solo.

Unos se han ido al parque, a tirarles globos de agua a las chicas, otros al quisco, a comprar pipas y gominolas, y otros van a jugar a fútbol. Por la noche van a apagar las luces de todo el pueblo. Eso es algo que ya habéis hecho más veces. Exige una táctica bien coordinada. El pueblo se divide en varios sectores: la barriada, la plaza, la zona del frontón y la zona del pueblo, aunque éste último no está bien delimitado ya que, en sentido estricto, debería denominar la totalidad del pueblo y no sólo un sector, pero supongo que a nadie se le ocurrió ninguna otra forma de nombrar esa zona mal definida, ambigua, de contornos borrosos, situada entre la plaza y el frontón y la barriada. Más allá está la zona del valle, en la que no hay farolas ni casas, salvo dos o tres chalets solitarios, por lo que no la consideramos exactamente una zona del pueblo, sino su límite. Para apagar las luces basta con dirigir la luz de un láser de llavero durante cinco o diez segundos a un aparato que controla la variación de la luz en un determinado sector. Se trata de engañar al aparato y hacerle creer que ya es de día. Pero al poco tiempo, si dejas de enfocar la luz sobre el sensor del aparato, las luces de las farolas vuelven a encenderse. Por eso, para que durante unos segundos todas las luces del pueblo estén apagadas, es necesario subdividirse en varios grupos y actuar de forma coordinada. La manera más sencilla es sincronizar los relojes y actuar a la vez, pero el tiempo necesario que hay que enfocar la luz del láser para apagar toda una zona no es el mismo, por eso las luces nunca se apagan a la vez, aunque durante unos breves segundos todo el pueblo se queda a oscuras.

Una vez el alcalde os persiguió. La persecución os excitó tanto que esa noche fue cuando más veces apagasteis las luces. Corríais por todo el pueblo, en grupos pequeños, de cuatro o cinco, atentos a cualquier ruido. Os llegaban informaciones cruzadas y contradictorias, que el coche del alcalde se dirigía hacia la plaza, y entonces corríais a apagar las luces de la barriada o las del frontón, y en mitad de la carrera se oía que en realidad estaba en la barriada, y volvíais a la plaza, así hasta que os cansasteis y fuisteis a la pista de fútbol sala y descansasteis contándoos las aventuras. El pueblo recuperó la luz y vosotros el aliento. Fumasteis cigarrillos como premio

Podrías ir a jugar a fútbol sala. Jugar a fútbol sala es lo que más te gusta en el mundo. Además, ahora nadie te verá, y no te creerán cuando les cuentes que te has atrevido, que lo hiciste, que por fin te lanzaste a la arena.

Anochece, has perdido la cuenta de las horas que llevas ahí parado, observando la montaña de arena, el prado de la era, que se extiende hasta el parque, el cielo gris, y a la derecha las montañas nevadas, que parece que están mucho más cerca de lo que en realidad están. Parece que podrías llegar andando hasta las montañas, pero en realidad no podrías. La arena parece estar más lejos de lo que en realidad está. Desde ahí arriba la distancia parece un abismo infranqueable. Los demás se tiran, eso significa que puede hacerse. No hay problema, no te vas a partir una pierna, hasta ahora nadie se la ha roto, y ya sería mala suerte que la primera vez que te tiras te rompieras una pierna. De nuevo coges aire, respiras profundamente, esperas un poco más, piensas que la cena ya estará lista, que tu madre estará esperando, que aún tienes que hacer los deberes y ya es el cuarto día de la semana que vas a clase sin hacerlos. Mañana es día de colegio, el último día de la semana, viernes. Se hace cada vez más tarde. Dentro de poco se encenderán las luces de las farolas y hoy tú no puedes ir a apagarlas con los demás, tu madre no te va a dejar salir después de cenar, ya no es verano, hay que ducharse, cenar, hacer los malditos deberes… te va a caer una bronca por no haber ido a casa a hacerlos antes. Caminando por la era, ves que se acerca, solitaria, una figura aún confusa.

Ahora ella ya te ha visto ahí parado como un idiota.

3 comentarios:

  1. Anónimo8:23 p. m.

    Me alegra q si q escribas..al menos es algo, se te echa de menos

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  2. Anónimo12:08 a. m.

    Sí, la verdad es que cada vez escribes menos, no lo dejes, por favor.

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  3. Anónimo4:31 p. m.

    aquí hacía la tira que no escribía y de hecho no pensaba escribir más...

    estoy en Pensamientos Despeinados (ya puse le enlace)

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