domingo, 16 de diciembre de 2007

La manta azul

Hacía frío así que fui a buscar mi manta azul oscuro, mi manta preferida, azul oscuro con puntos luminosos que semejaban estrellas poderosas y solitarias y que tenía desde que era pequeño, puntos luminosos de pura intensidad vagando y brillando con un esplendor silencioso por todo el universo. Recordé un póster del cielo que me regalaron entonces, un póster negro en el que las estrellas brillaban en la oscuridad, casi al alcance de la mano, diminutas, como duendes alegres, creando una atmósfera mágica que me envolvía a mí y lo envolvía todo, esferas acogedoras, mi verdadera casa, poblada de espacios infinitos, azules, negros, y de seres que se fundían con el viento. Siempre intenté volver a aquella casa. Demasiado tarde comprendí que aquella casa ya no existía y que nadie puede vivir en sus recuerdos todo el rato sin volverse loco. Tal vez me volví loco. Echaba de menos. No algo concreto, mi estado de ánimo era un constante echar de menos. Somos incapaces de imaginar el fututo, pensé, por eso nos recreamos con nuestros recuerdos, nos refugiamos en un mundo sin contornos definidos, como borrachos desesperados buscando en la nevera la última lata de cerveza, un mundo que vivimos casi sin darnos cuenta, sin saber lo que vendría despues. Pensaba esto mientras miraba la manta azul. Era extraño pero en una simple manta azul se albergaba todo un mundo, flujos de intensidad recorrían mi piel, universos enteros se desplegaban ante mis ojos. Sin darme cuenta estaba sonriendo como un bobo, diría casi que feliz.

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