viernes, 16 de noviembre de 2018

Confesiones

Últimamente estoy leyendo poquísimo, menos que nunca. Es una sensación rara porque, aunque esté mal que yo lo diga, y sin que esto signifique me crea un tipo superinteligente ni nada por el estilo —me estremecería de horror sonar como uno de esos deplorables tipejos pretenciosos que van por ahí presumiendo de lo listos que son por el mero hecho de que leen un montón— yo siempre he leído muchísimo (porque la lectura siempre fue un refugio, un vicio, una cueva mágica, un viaje maravilloso, fantástico, inagotable, con paradas en la posada del Poney Pisador, caídas en madrigueras tan profundas en las que mientras caías podías hacer reverencias, podías perderte en senderos que se bifurcaban, esconderte en habitaciones para sentir y pensar, cosas ambas muy tristes y que requerían cierta intimidad, irte de aventuras con los cinco, una dicha extraña, infinita, algo tal vez muy parecido a la felicidad, la manera de darle sentido y forma y una peculiar intensidad a lo vivido)

Pero, en fin, estoy en un raro periodo de sequía lectora...

PD: Como también es posible que sea un carca y una especie de moralista, he de decir que creo sinceramente que la bondad es una virtud muy superior a la inteligencia, y si esto suena espantosamente ñoño —a mi yo de otro tiempo le hubiese sonado horriblemente ñoño y tonto, lo admito— lo siento, pero en las trincheras del día a día de la vida adulta, como diría DFW, se trata de, a mi modo de ver, simplemente la verdad.

2 comentarios:

  1. Anónimo11:14 a. m.

    Bueno, en mi caso creo que la empatía es la virtud suprema y siempre la asocio con la capacidad de hacer el bien.

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  2. Sí, pero yo pensaba en la idea de Bien como algo más amplio (me estoy volviendo más y más platónico con los años), que podría englobar, por ejemplo, a la empatía.

    De todas formas, criticándome a mí mismo, hay que decir que la contraposición que hago en el post entre inteligencia y el bien es un tanto maniquea y falaz

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