martes, 18 de mayo de 2010

Leyendo novelones románticos

Y entonces me dirigí con paso vacilante a otear los anaqueles en busca de un novelón decimonónico y romántico, y hallé Los miserables, de Víctor Hugo, que, al decir de Rimbaud, es una maravilla, un verdadero poema.

Sentía algo que se lanzaba fuera de él, y algo también que descendía en él. Misteriosas relaciones entre los abismos del alma y los abismos del universo(...)

Un pequeño jardín para pasearse y la inmensidad para soñar. A sus pies, lo que podía cultivar y recoger; sobre su cabeza, lo que podía estudiar y meditar; algunas flores sobre la tierra y todas las estrellas en el cielo.

Un hombre cae al mar:

Implora al espacio, a la ola, a las algas, al escollo; todo ensordece. Suplica a la tempestad; la tempestad, imperturbable, no obedece más que al infinito.
A su alrededor, la oscuridad, la bruma, la soledad, el tumulto tempestuoso e inconsciente, el repliegue indefinido de las aguas feroces. Dentro de sí, el horror y la fatiga. Debajo de él abismo sin un punto de apoyo. Imagina las aventuras del cadaver en medio de la sombra ilimitada. El frío sin fondo le paraliza. Sus manos se crispan, se cierran y apresan la nada. Vientos, nubarrones, estrellas inútiles. ¿Qué hacer? El desesperado se abandona; quien está cansado, toma el partido de morir, se deja llevar, se entrega a su suerte, y rueda para siempre en las lúgubres profundidades del abismo.

Este último fragmento me recuerda a La balsa de la Medusa, de Gericault. Los primeros fragmentos son más luminosos y serenos, el pequeño jardín, el cielo estrellado, describen un mundo habitable de correspondencias armónicas, el hombre como microcosmos que refleja y se ve reflejado en el cosmos. Se da esa identidad tan del gusto de cierto romanticismo entre naturaleza y espíritu. Los abismos del yo y del universo se sonríen en este juego de espejos. Sin embargo, en el último fragmento transcrito la naturaleza ya no acoge, te aniquila, y lo hace inconscientemente. El juego de espejos continúa, al ser el yo un pliegue de lo exterior, dentro de sí ahora sólo hay horror y fatiga. En unas pocas páginas Víctor Hugo plasma los dos polos del romanticismo, el individuo y la totalidad, en sus dos paradigmáticas posibilidades de relación: la elevación-identificación con el cielo estrellado (romanticismo luminoso), el descenso-aniquilación en las lúgubres profundidades (romanticismo negro).

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