lunes, 9 de noviembre de 2009

Microcuento sin moraleja

El asesino era un monje lector de Tomás de Aquino que dejaba extrañísimas pistas, símbolos de un alfabeto extraterrestre, cuadros abstractos, citas de Homero, emoticonos, sujetadores gigantes y cosas así. Muy inteligente y perturbado. Su perseguidor no le iba a la zaga en cuanto a inteligencia y perturbación se refiere. Un viejo libro polvoriento, ubicado en una sección supersecreta de una antigua biblioteca, le dio la clave para descubrir la identidad secreta del asesino. Al parecer, era él mismo. Cuando lo supo no cupo en sí de tan asombrado que se hallaba. La duda paralizaba su capacidad de raciocinio, por no hablar de la merma sufrida por su capacidad de actuar. ¿Qué hacer? Pasó dos días sin comer ni dormir, viendo un canal de teletienda. Al tercer día se preparó un bocadillo de pan con chocolate y un vaso de leche caliente, asesinó a todos los monjes del monasterio y el resto de la jornada se dedicó a hacer zapping. Hubo de lamentar varias veces la calidad de la oferta televisiva ahora que su soledad le impedía solazarse con los comentarios y las risas de los otros monjes. Al día siguiente, amaneció muerto. En la pantalla podía leerse No o mala señal.

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