miércoles, 4 de noviembre de 2009

El hijo de Dios



Nudozurdo. Buenísimos. Postpunkis ochenteros del futuro saltando a la pata coja sobre una línea pintada con una tiza blanca sobre un desierto en el que no para de llover. Y la lluvia borra la línea. Y todo se mezcla. Y en Lonres ya degustan la tortilla de patatas. Y Joy Division se erigen en el agujero negro del rincón de la galaxia emitiendo una luz rara que no es onda ni partícula ni tampoco esplendorosa, sino una disposición anímica transmutada en sonidos repetitivos e hipnóticos, vibraciones estelares, la música underground de las esferas, que transforma la percepción del paseante anónimo que recorre ciudades descompuestas, borrosas, hudizas, letales, divertidas, desoladas, hermosas, a 220 kilómetros por hora a ninguna parte.

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