Decía Cioran que la ambición es la fuente de todas las catástrofes. Así es, desde luego. Nada más perverso y despreciable que el sujeto moderno, deseoso de superarse a sí mismo. Su ciega actividad febril debiera producirnos una mueca de espanto. Ajeno a la contemplación, al silencio, a la belleza y a la serenidad, a los encantos y dones de la pereza, el ambicioso vive para imponer su voluntad, para imponerse a los demás, e incluso a sí mismo. Pobre diablo. Desde aquí nos apiadamos de su atribulada alma.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Why Movies Just Don't Feel "Real" Anymore
Menuda clase maestra de Estética y Filosofía de la Percepción PD: Observen las imágenes de las películas de Terrence Malick, el mayor genio ...
-
¡Esto sí que es empoderamiento! Degustemos las palabras de la gran Danerys en Valyrio, su lengua materna: Dovaogēdys! Naejot memēbāt...
-
Ni «espíritu de sacrificio», ni «afán de superación», ni «aspiración a la excelencia». Ni ningún respeto o simpatía por tales cosas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario