viernes, 9 de agosto de 2019

09/08/2019

Solos con nuestra locura y nuestra flor favorita. Me sé este verso de Ashbery de memoria. No sé por qué. Me lo digo a mí mismo de vez en cuando, y me digo también que no hay nada mejor que decirse a uno mismo de vez en cuando un verso de Ashbery que uno no sabe por qué se sabe de memoria. Es mejor que decirse a uno mismo una proposición de Wittgenstein, en mi opinión.

Solos con nuestra cerveza y nuestras canciones favoritas, mientras anochece y el mundo descansa de ser cierto y de estar ahí para nada. 

Que el mundo sea, no qué sea el mundo, he ahí lo místico (tampoco están nada mal algunas proposiciones de Wittgenstein, podrían ser versos).

Solos con nuestras nostalgias y nuestras canciones favoritas, en un mundo azul oscuro, descubrimos que no hay nada más efímero que nuestras eternidades pasadas. Estamos muy felices o muy tristes, no lo sabemos y en realidad da igual. No nos importa. Ahora estamos quietos, y eso a veces también es vivir, y eso también es un verso de Ashbery.

No hay nada sobre lo que escribir, pero aquí estamos, mientras el mundo se apaga. Dejadnos ser un poco cursis, un poco nostálgicos, dejadnos preguntar qué fue de las noches azules, dejadnos —aunque sepamos, ay, que no es suficiente— añorar su fulgor perdido.

Dejadnos escribir de las mismas cosas siempre. No importa, y no importa que no importe. La noche nos envuelve.

Hemos sido irónicos y despreocupados, también hemos sido jóvenes airados y politizados, pero cuando nos hemos quedado solos nos ha dado por pensar en Dios y en la muerte. Sabemos que no está de moda pensar en cosas tan serias, tan tétricas, tan trascendentes, pero no hemos podido evitarlo. Solo lo hemos hecho, sin embargo, muy de vez en cuando, cuando nos han dejado solos con nuestra locura y nuestra flor favorita. 

Hemos escuchado el rumor del viento en las hojas y dicho sí.

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