jueves, 11 de diciembre de 2008

Música y vitalismo trágico

Algunas canciones despiertan súbitamente un torrente incontenible de sensaciones enigmáticas e inefables, cuya verbalización las falsearía, un torrente que se desparrama, se desboca, excede sus cauces, que agita los nervios, altera el ritmo de los latidos, expande la mirada, abre la ventana y saluda con alegría la intromisión de un poco de caos libre. La nostalgia de una vida que no es la mía, que no recuerdo, que no se ajusta a ningún posesivo porque es radiantemente impersonal, se desprende de los sonidos, agitada por un viento que no ha dejado nunca de soplar, aunque nadie estuviera allí para sentir su potencial inconmovible. Ha soplado ignorado, solitario, con tenacidad y sin resignarse un sólo instante a la desolación, guerrero danzarín que enseña a reír.

Algunas canciones nos sumergen en esta cadena milenaria, que atraviesa civilizaciones adoptando una multiplicidad de formas inherente a su ser, en este torrente feroz y tierno, exaltado y sereno, que es a la vez el máximo peligro y la única forma honesta de seguridad, la intemperie del vagabundo y la casa habitable, lo apolíneo y lo dionisiaco, lo trágico de una afirmación radical de la vida más allá de su simple celebración realizada desde posiciones sociales privilegiadas ciegas al sufrimiento y de su condenación impotente y reactiva, realizada desde el sillón del misántropo rentista que se niega a realizar el esfuerzo de dibujar nuevos horizontes, que niega la categoría misma de posibilidad, apelando con una miopía triste y ruin a los hechos, como si los hechos no fueran resultados de procesos dinámicos, susceptibles de cambio.

Ni realismo ni idealismo: esfuerzo creador.

O, por dar un nombre: Nietzsche.

No hay comentarios:

Publicar un comentario