martes, 19 de diciembre de 2006

El flautista de Hamelín y la música del no-ser.

Como un suspiro helado
o una mano de hielo desmayada
se cuela por la ventana

-desde algún lugar remoto
del que nada sabemos ya-
algo sin nombre que sin embargo tiembla


(algo aterido de frío como una bailarina desnuda
en una cajita de música
en la que siempre es invierno)
un eco no de lo que fuimos
sino tal vez de algo
parecido a la belleza perdida

o traicionada de la infancia
o de la invención de la infancia

Como un beso partido por la mitad
tirado en cualquier lado
quizá en algún lugar nevado
como un riachuelo de sangre brillante
que se cuela por la ventana
y se mezcla con el humo

de tantos cigarrillos aplastados
y con la música convertida de pronto
en el desvarío de un barco a contracorriente

nadando en la piscina vacía del invierno
y naufragamos entre la niebla
con cierta belleza fantasmal
no como en la balsa de la Medusa
naufragamos sin desgarramiento
casi con alegría dando saltos

riendo tras el flautista
como niños tontos hipnotizados
por la flauta que toca

la música del no ser.

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