domingo, 17 de septiembre de 2023

Disquisiciones teológico-dominicales

Debería estar santificando las fiestas, concretamente este domingo de septiembre, día diecisiete de Nuestro Señor, pero por desgracia me veo sometido a la condena del trabajo —ya se sabe, la naturaleza humana está corrupta después de que la engañada Eva mordiera el prohibido fruto, y desde entonces el ser humano se ha de ganar el pan con el sudor de su esforzada frente. 

(El pagano Aristóteles, Dios lo tenga en su limbo, consideraba el trabajo asalariado esclavitud a tiempo parcial. Ahí queda eso).

A decir verdad, el trabajo bibliotecario puede hacerse, por regla general, sin sudar demasiado, y no se parece mucho a una condena bíblica ni a la imagen prototípica de la esclavitud, ya que, de nuevo por regla general, no hay que construir pirámides en remotos desiertos mientras te azotan con restallantes látigos en la espalda, pero también es verdad que hoy he dormido poco y que ayer bebí, que yo me acuerde, por lo menos un par de cervezas y un gin-tonic y un chupito, así que debería, como decía al principio, estar santificando este domingo, yaciendo en el lecho con la dueña y señora de mis pensamientos, a poder ser, pero en lugar de ello estoy aquí, trabajando en la infernal sala infantil de la biblioteca y escribiendo, cuando me dejan, este post que por alguna razón o sinrazón está plagado de retórica cristianoide, seguramente bastante irónica* (lo que de verdad pienso es que Eva no fue engañada, que mordió el fruto en un acto de coraje y valentía sin parangón en la historia universal, que Eva dijo sí a la conciencia y a la sabiduría, a la mortalidad, a la expulsión del paraíso, que esa historia ha sido maliciosamente malinterpretada por los atolondrados y no poco misóginos doctores que tiene la Iglesia Santa de Roma... Eva debía morder el fruto).

*La ironía es esencialmente ambigua, decía, si no recuerdo mal, Hegel. No es, por tanto, mera broma, es broma y seriedad al mismo tiempo. 

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