Dicen que meterse con Murakami es una forma de demostrar lo mucho que a uno le gusta la literatura seria. Lo dicen los memos, naturalmente.
Cervantes no es serio (véase el pasaje del 'baciyelmo'); Joyce no es serio (llama a Dios 'recaudador de prepucios'); John Kennedy Toole no es serio (ahí está Ignatus Reilly, el Quijote adiposo); O'Brien desde luego no es serio (irlandeses borrachos invocan el espíritu de San Agustín); tampoco es serio DFW (una cacatúa parlante se convierte en estrella televisiva); y mucho menos es serio Pynchon (una especie de conspiración de ninjas intenta abolir esta realidad en alguna subtrama de alguna de sus novelas, creo); Vollmann muy serio tampoco parece (tiene un relato, pornográfico según él, sobre un vestido verde, sobre el vestido en sí; y otro en el que el Espíritu Santo y el Diablo se disputan el alma de una estudiante heideggeriana).
La buena literatura no es ni seria ni aburrida, o al menos no lo es necesariamente, pero tampoco es contar qué comen y cómo visten unos personajes que al final se suicidan. Aunque tampoco hay que ser injustos con el japonés: seguramente leyéndole se puede aprender a cocinar y a planchar.
Ya, pero es que Murakami, si le quitamos Tokio Blues, Kafka en la Orilla y pare usted de contar, ¿qué méritos ha hecho al lado de Roth o Javier Marías? Interesante entrada. Amor eterno a Ignatius; a Joyce no tanto.
ResponderEliminarAbrazos.
Con Joyce la relación debe ser de amor y odio. No hay otra manera. Una relación tormentosa y complicada. Marchosa. Dublineses (primeras miradas, deslumbramientos fugaces, nerviosismo cosquilleante en el estómago) Retrato del artista adolescente (fase de enamoramiento, explosiones de placer, todo bien), Ulises (te casas, pero surgen las primeras discusiones, y las primeras reconciliaciones, punto culminante del amor-odio) Finnegans Wake (no queda otra que el divorcio, claro, porque ni siquiera puede ser traducido).
ResponderEliminarLo de Murakami no lo entiendo. A una amiga mía le gusta mucho.
Abrazos XD