viernes, 10 de octubre de 2014

La insólita lucha de la serpiente

Había una vez una serpiente que, sobre la arena ardiente del desierto, se enroscaba ferozmente sobre sí misma. La luz del sol reverberaba sobre sus escamas. Lo que esta serpiente -descendiente directa de la serpiente originaria que fue bíblicamente condenada a arrastrarse sobre la tierra- estaba haciendo era intentar, en vano pero con admirable ahínco, comerse su propia cabeza. Estaba llevando a cabo una versión extraña y perturbadora del mandato délfico: 'cómete a  ti mismo'.

Giraba frenéticamente, a un ritmo desquiciado, formando un torbellino de arena que se te metía en los ojos y escocía. Hasta la fecha, su mayor logro había sido mordisquearse la cola. No era mucho, ciertamente. La serpiente estaba a punto de deprimirse, pero no cejaba en su empeño porque, bien mirado, tenía todo el tiempo del mundo por delante y, por lo tanto, no había motivo alguno para ceder al desaliento. No, no había que desanimarse. De ninguna manera.

Así pues, lentamente, pero con decisión, continuó engulléndose. No era, pese a lo que pueda parecer, una tarea sencilla. Se atragantaba a menudo, le daban arcadas, a veces incluso dudaba del sentido de su tarea, o se preguntaba por él, lo que viene a ser lo mismo.

Al cabo de algunas semanas, sin embargo, pudo  comprobar, con bastante alegría, que ya iba más o menos por la mitad de sí misma. Si avanzaba un poco más, alcanzaría el Punto de No Retorno y ya no tendría más remedio que seguir hasta el fin, es decir, hasta comerse su propia cabeza. Pero aún podía retroceder.

Su situación no era ni mucho menos fácil, ya que antes del Punto de No Retorno se encontraba la Difusa Zona de la Incertidumbre, un territorio notablemente más amplio, que era justo donde se encontraba, dudando entre retroceder o seguir avanzando.

Y, debido a que uno de los efectos más conocidos de la duda entre cierto tipo de serpientes suele ser la parálisis del comportamiento y, en no pocas ocasiones, también la parálisis del pensamiento, no hacía ninguna de las dos cosas. No avanzaba, no retrocedía. Indecisa, la serpiente seguía girando frenéticamente, en círculos, mientras afuera el mundo, ajeno a su insólita lucha, también seguía girando.

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