Cuando el ánimo de los sesenta contra el elitismo entró en la educación americana, trajo consigo una enorme y cínica tolerancia de la ignorancia del estudiante, racionalizada como una muestra de consideración hacia la “expresión personal” y la “autoestima”. En lugar de “angustiar” a los chicos pidiéndose que leyeran más o pensaran mejor, cosa que podría haber perjudicado sus frágiles personalidades al tomar contacto con las exigencias del nivel universitario, las escuelas optaron por reducirles las lecturas obligatorias, reduciendo automáticamente su dominio del lenguaje. Faltos de experiencia en el análisis lógico, mal preparados para desarrollar y construir argumentos formales sobre los temas, poco habituados a buscar información en los textos, los estudiantes se atrincheraron en la única posición que podían llamar propia: sus SENTIMIENTOS ante las cosas. Cuando los sentimientos y las actitudes son las referencias principales del argumento, atacar cualquier posición es automáticamente un insulto al que la expone, o incluso un ataque a lo que considera sus "derechos”; cada ARGUMENTUM se convierte en AD HOMINEM, acercándose a la condición de hostigamiento, cuando no de violación. “Me siento muy amenazado por su rechazo ante mi opinión sobre [marque una]: el falocentrismo / la diosa madre / el tratado de Viena / el módulo de elasticidad de Young.” Introduzca esta subjetivización del discurso en dos o tres generaciones de estudiantes que se convierten en maestros, con las dioxinas de los sesenta acumulándose cada vez más, y tendrá el trasfondo de nuestra cultura de la queja.
Robert Hughes, La cultura de la queja.
Básicamente lo que sucede en España con el soterramiento de las Humanidades. Toda generación necesita sus libros, sus análisis críticos y tener la capacidad de que, en este tótem que es el mundo, somos unos engranajes que han, o bien fortalecer la máquina, o bien cambiar piezas cuando algo vaya mal.
ResponderEliminarExcelente fragmento, sin duda.
En España, aunque es dable suponer que en muchos otros países también, la subjetivización del discurso a la que se refiere Hughes ha alcanzado cotas paroxísticas. No hay más que echar un vistazo a las tertulias televisivas: cualquier mínimo atisbo de argumentación racional se disuelve en el lodo de las acusaciones personales, cada argumento se considera ad hominem y las falacias campan a sus anchas. No hay manera de aclararse.
ResponderEliminarEn fin.
Saludos XD