Y él dijo: tú eres un ángel extraviado. Te he estado esperando. No sufras ni te preocupes por mí. Sé de sobra que no podemos redimir el pasado. No de momento, al menos. Pero yo sé que la lámpara eterna se alimenta de lágrimas, de las lágrimas derramadas por todo aquello que no ha pasado entre los hombres, por lo olvidado y lo ignorado, y el último día brillará, brillará para siempre. El llanto de los abandonados encenderá la lámpara eterna. No te preocupes, estoy seguro de ello. Alegrémonos un poco. Aunque sea solo un poco. Dios odia a los tristes.
Y el ángel Iblis, el ángel extraviado, continuó: tu fe carece de racionalidad, la lámpara eterna no existe. Debes comprenderlo. Eres un tarado bastante adorable, pero la parte de tarado no te la quita nadie. Sé que la noticia para ti es terrible, casi insoportable. Pero en este casi debes cifrar tus esperanzas de sobrevivir. Debes aprender a confiar en ti mismo, chico. Tu lámpara es solo una fantasía, una imagen con la que soñar, un nombre para repetir en la oscuridad e infundirse ánimos, nada más. No habrá un día final de redención y felicidad perfecta, solo silencio.
Y él replicó, con el gesto hosco: ni siquiera me gusta ser yo mismo, no hablemos ya de confianza, de confianza en mí. Ser yo mismo es agotador e inútil. Eso es lo que pienso de ser yo mismo. Encárgate tú de que lleguemos a buen puerto. O de que lleguemos a algún puerto. Necesitamos llegar a un puerto, eso está claro. Y nada de malo hay en repetir un nombre o una imagen salvadora. ¿No tienes alas? Bien, arrastrémonos por la tierra entonces. Hay días en los que el cielo está despejado y es agradable caminar mirando el azul que no acaba nunca. Hay días en los que es posible, incluso, sonreír. Arrastrémonos con una sonrisa por esta tierra maldita.
Y el ángel Iblis se quedó callado durante un buen rato, con los ojos anegados de lágrimas. Luego dijo: todas estas palabras se perderán. No quedará nada. Ni tú ni yo. Tampoco los libros, las canciones o las películas quedarán. Ni siquiera los amores juveniles, ni siquiera los primeros besos, ni siquiera las miradas furtivas o las palabras de amor quedarán. Todo será arrasado por el canto fúnebre del Universo. Y yo he venido aquí a llorar por todo eso...
Y él dijo: eres un ángel triste, pero no tienes razón.
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