Tiene, como todas los idiomas —generalicemos a los bestia: como todas las cosas de este Universo— una estructura plástica, que cambia con el tiempo*. No veo qué tiene eso de malo. Por mi parte, prefiero mil veces leer a Don DeLillo, traducido por Javier Calvo, que a los imitadores de Francisco Umbral y de sus afrancesados meandros sintácticos. Los imitadores de Umbral puede que no sean legión, pero son unos cuantos. Están en su derecho de imitar a su maestro, faltaría más, pero que no nos vengan con chorradas sobre la esencia sintáctica de la prosa castellana, por favor**.
*Si alguien, por lo que fuera —exceso de tiempo libre, pasión mórbida por las filosofías posmetafísicas y la French Theory y sus sucesores— está interesado en el concepto de ontología plástica, le recomiendo que lea algún texto de Catherine Malabou.
**Me repito. Sobre este mismo asunto ya lancé feroces diatribas hace tiempo. He de aclarar que, de todas formas, a mí me gustaba a rabiar la sintaxis afrancesada (proustiana) de Umbral. Creo que le daba a su prosa una cadencia lírica bastante adictiva.
**Me repito. Sobre este mismo asunto ya lancé feroces diatribas hace tiempo. He de aclarar que, de todas formas, a mí me gustaba a rabiar la sintaxis afrancesada (proustiana) de Umbral. Creo que le daba a su prosa una cadencia lírica bastante adictiva.
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