¿Cuál es, pues, el mundo de la fe? Un mundo que no está hecho de sustancia ni cualidad, no un mundo en el que la hierba es verde, el sol, cálido y la nieve, blanca. No. No es un mundo de predicados, de existencias y de esencias, sino un muno de eventos indivisibles, en el que no juzgo y creo que la nieve es blanca y que el sol es cálido, sino en el que estoy transportado y trasladado en el ser-la-nieve-blanca y en el ser-el-sol-cálido. Un mundo en fin en el que yo no creo que Jesús, un cierto ser humano, es el mesías, el hijo unigénito de Dios, generado y no creado, consustancial con el Padre, sino un mundo en el que creo solo en Jesús mesías, y soy arrebatado y trasladado a él, un mundo en el que «no vivo yo, sino el mesías en mí» (Gál 2, 20).Giorgio Agamben, El tiempo que resta: comentario a la carta a los Romanos
viernes, 27 de marzo de 2015
El mundo de la fe
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Ni «espíritu de sacrificio», ni «afán de superación», ni «aspiración a la excelencia». Ni ningún respeto o simpatía por tales cosas.
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