Estallan las voces. Estalla el llanto, la luz y la muerte. Todo estalla. Como dice (más o menos) Pascal Quignard. Estallan ritmos secretos y melodías sinuosas en la hora mágica, en la hora dorada, cuando los cuerpos y las sombras y los árboles se transfiguran y acarician el gozo de la inexistencia, de lo diáfano. Melodías que cabalgan hacia polvorientas puestas de sol. Luz desmayada.
Y el búho de Minerva dice «escribid, escribid, mañana por la mañana ya no será de noche: nos espera un floreciente amanecer de sodio».
No hay comentarios:
Publicar un comentario