martes, 31 de marzo de 2009

El desequilibrado inventor de títulos, o la tristeza de las empanadas sin relleno

-Vagabundos perdidos en una cuneta desafían a Dios.
-Confesiones de una marioneta asesina.
-Al oeste en Filadelfia crecía y vivía.
-Pétalo de flor de cerezo viaja como minúscula partícula de nieve derritiéndose por el cauce imposible de un viento desconocido que no ha dejado ni un instante de soplar.
-Adolescente Punk muy guapa de quince años se enfrenta al sistema bebiendo cerveza y muriendo románticamente.
-Música electrónica experimental para parados aburridos con mucho tiempo libre.
-Recuerdos de un viejo incandescente.
-Postnovela postnarrativa positrónica.
-Atornillando y desatornillando: las aventuras de Penélope en la sociedad industrial.
-A mitad de precio: consumiendo hasta morir en un orgiástico apocalipsis postindustrial.
-Rugir de tripas en la clase de Metafísica.
-Nanas grindcore, baladas hardcore.
-Metales hirviendo para merendar.
-La apasionante historia de mis repentinas bajadas de tensión, o ¿Cómo demonios tengo dos brechas de siete y cinco puntos cada una en mi cabeza, se verán mucho si me rapo el pelo?
-Posthombres posthistóricos postcapitalistas postmetafísicos postpop postrockeros postpoéticos postmodernos postorgánicos: cómo ponerle el pefijo post a todo y quedarse tan ancho, un postensayo postpost.
-Navegar sin velas y en círculos en mares desérticos.
-Rebelión en el supermercado (¡Se cita a Orwell!)
-¿Dos por uno o tres por dos?, ¿Por qué no siete por cinco u ocho por seis?, ¿nueve por siete?, ¿once por ocho?

lunes, 30 de marzo de 2009

De hipócritas y neutrales

No hay que fiarse de la gente que se presenta diciendo que odia sobre todo la hipocresía y la mentira. Si fuese cierto, la civilización estaría en un serio peligro. Por suerte, su odio es hipócrita y mentiroso.

Tampoco hay que fiarse de la gente que dice estar hablando desde un lugar neutral, muy lejos de cualquier posicionamiento político o contenido ideológico. Precisamente lo propio del mecanismo ideológico es ocultarse a sí mismo su carácter ideológico. Suelen coincidir con los que odian la hipocresía.

Experimentos situacionistas

No es posible tocar el corazón o la médula espinal o las entrañas de una ciudad si no has navegado (navegado, sí) por ella a la deriva borracho un domingo cualquiera a altas horas de la madrugada.

jueves, 26 de marzo de 2009

Nubarrones en el horizonte

-Sin duda se acercan ya los mensajeros...
-Noticias terribles, supongo.
-De las que nadie quiere oír hablar...
-¿Qué noticias?
-No sabría concretar...
-Yo tampoco.
-Tengo miedo.
-Yo también.
-¿Qué será?
-No sabría concretar.
-Yo tampoco.

Etc.

martes, 24 de marzo de 2009

Interpretaciones probablemente muy cuestionables

Kavafis tiene razón: no hay que temer a los Lestrigones. Y hay que procurar que el viaje a Itaca sea largo. Ezra Pound también tiene razón: escuchad al viento, ese es el paraíso. Y, finalmente (última cita, lo prometo) Panero también tiene razón: qué lejos sigue el mar de nosotros, qué lejos el ser.

Frente a la intuición de la insuficiencia de lo real, incompletud o falla ontológica, presencia de una ausencia, o como quiera que se le denomine, Kavafis nos anima a buscar la plenitud, advirtiéndonos de los peligros pero sin amedrentarnos, a que afirmemos, en fin, nuestra voluntad de poder.

Ezra Pound nos ofrece una particular concepción del paraíso: el lugar supremo que no puede tener insuficiencia ontológica alguna no es un lugar, sino el permanecer a la escucha. El objeto escuchado, el viento, es casi la negación de un objeto: no es una canción, ni una palabra, no tiene un significado identificable. Es una escucha en intensidad. ¿Qué escuchamos cuando escuchamos el viento para que pueda ser considerado el paraíso? Nada distinto de sí mismo, ningún mensaje identificable. El mensaje está ausente. Si nos pusiéramos heideggerianos podríamos decir que escuchamos el ser que se sustrae, diferente de los entes, que no puede presentarse en su positividad, porque no la tiene. El viento es lo que huye, lo que no tiene más identidad que un soplido en la noche y deshace identidades, desterritorializador poético por antonomasia; morar en el viento es morar en la errancia, de forma que no hay más un yo en el lugar del viento, o el yo como lugar de lo imaginario (y de lo "sónico"... no sé cómo decir esto pero hay que decirlo) se ha vuelto poroso y ha sido atravesado por líneas de fuga.

Afuera los árboles se agitan. Y adentro.

Escuchar como verbo intransitivo. No escuchar algo, que el viento vendría a traernos, sino dejarnos llevar* por el sonido del viento en una inmersión que deshace nuestra individualidad, ese es el paraíso.

[Alternativa kafkiana: estamos frente a la puerta, esperando, y cuando por fin se abre descubrimos que lo hace hacia afuera, que hemos estado dentro todo el rato: el viento no nos va a llevar al paraíso, escucharlo es el paraíso]

[Duda: ¿es demasiado absurdo pensar que el verso de Pound nos sitúa en el límite entre el ser y el ente, en el límite que somos nosotros mismos, sin la cáscara de la metafísica de la subjetividad? Quizá esto ya tiene poco que ver con el verso y nos estamos precipitando en las temibles garras de la hermeneútica más desbocada que olvida la obra por completo para dedicarse a sus cosas. De todas formas, el dejad indica un impedimento u ocultamiento del hablar del viento y una invitación a dejar que se muestre por sí mismo, lo que un pensar objetivante no entiende porque no calla un momento e impone formas y reducciones por doquier. Novalis sí entendía bien esto de dejar que se manifieste lo que es y escucharlo y tenía un verbo para nombrar esta acción: romantizar]

Ítaca, el ser, el mar, siguen lejos porque no son un espacio positivo, al que se pudiera llegar. La casa buscada por los románticos no está en ninguna parte. Somos sujetos escindidos, autoconscientes, exiliados de una patria imaginaria (el mito del paraíso). El mar como imagen originaria alude tal vez a un estado de unión, al ser, sin distinción de sujeto y objeto, como un espacio de inmersión total al que abandonarse.

En cualquier caso, escuchad el viento.


*El valor para marcharse,
el miedo a llegar.

Llueve en el canal, la corriente enseña
el camino hacia el mar.
Todos duermen ya

Dejarse llevar suena demasiado bien.
Jugar al azar,
nunca saber dónde puedes terminar...
o empezar

Vetusta Morla, Copenhage

Tiburones muertos o satélites oxidados

No es tan fácil escapar de esa desidia que te atrapa y avanza uniformemente en línea recta como un tiburón muerto con ojos muy abiertos que lo miran todo sin ver nada. Un día cualquiera te conviertes en un tiburón muerto flotando a la deriva con una inercia imparable y los ojos muy abiertos, sin párpados, y deseas despertar del sueño de la muerte y descubres que no es tan fácil, de hecho puede llegar a ser muy difícil, incluso puedes llegar a creer que es imposible, aunque no lo sea, porque desde luego no lo es, un poco de fuerza de voluntad, y en algunos momentos, breves y fugaces, que descartas rápidamente, como relámpagos que no estás seguro de haber visto de verdad, el deseo de despertar se invierte y sólo deseas dormir, todo lo profundamente y el mayor tiempo que sea posible, apagar el mundo, aunque sólo sea un rato, descansar, porque el cansancio de no hacer nada, o peor, la angustia de no saber qué hacer y la densidad cada vez mayor del paso del tiempo, que ahora hace esfuerzos dolorosos por pasar, agotan, más aún que la rabia o que el esfuerzo encaminado al logro de alguna meta futura y apetecible. Deseas escapar y el miedo al mundo de ahí fuera te paraliza, te deja exhausto. Más bien: deseas ser capaz de desear escapar.

No está claro, ni mucho menos, de qué deseas escapar. Una pulsión a la huida te ha acompañado desde hace mucho tiempo. Incluso en las tardes de verano en las que eras feliz imaginabas que lo abandonabas todo y viajabas durante meses hasta encontrar tu sitio, una casita en una montaña, al lado de un río, o en la playa, enfrente del mar, o un tren que no paraba nunca, en el que no viajaba nadie más, y que recorría todos los lugares y todas las estaciones, y entonces sentías la necesidad de huir también de aquel tren que trazaba un bucle infernal.

Del presente también se puede huir hacia atrás, recordando, recobrando imaginariamente el tiempo perdido, y a eso te dedicabas cuando creías que ya no podrías soportar más el hecho de ser un desidioso tiburón muerto, un exiliado de su propia vida, separado de todo, ausente, un trasto inútil, cada vez más feo, un satélite oxidado que ya no transmite ninguna señal pero que continúa orbitando, sin poder evitarlo, por pura inercia, sin sentido, esperando sin mucha esperanza una última señal que le comunique con el mundo, un mundo que se disuelve en la nada de sus cimientos, por decirlo de alguna manera.

Que algo pasara, cualquier cosa, un acontecimiento al que poder ser fiel, en eso cifrabas una esperanza escuálida y frágil, pero esperanza al fin y al cabo. Un amor, una rebelión, una vocación, algo, en fin, que pudiera ser afirmado y sostenido más allá del presente, con fervor y perseverancia y cierta serenidad sobrevolando alegremente vicisitudes y contratiempos. Pero lo que hacías era regodearte en un solipsismo tan estúpido como agotador. Nunca tuviste fuerza de voluntad.

Escuchabas música sin parar, y fumabas, y mirabas por la ventana, las flores del cerezo, tan blancas, pronto van a helarse, porque va a nevar, y las ballenas blancas son demoníacas pero al menos Ahab tenía algo que hacer*

* Según Homer Simpson la moraleja de Moby Dick es: Sé tu mismo.

jueves, 19 de marzo de 2009

Ser-en-el-fútbol-sala: estilo, riesgo, ritmo e imaginación

Más importante que marcar goles es jugar con estilo, lo cual requiere asumir riesgos y despreciar la eficacia en favor del virtuosismo. En lugar de asegurar un pase previsible al cierre, arriesgar un regate inverosímil por la banda, sobre la línea de fuera. Tomar decisiones absurdas con determinación, como tirar desde el medio del campo o intentar regatear a todos los jugadores, confiando en el éxito de la hazaña, porque sin riesgo no hay gloria, es una cualidad que suscita amores y odios, pero constitutiva de un estilo de juego que aspire a la excelencia y a la belleza, tanto a la belleza lírica de un regate realizado en la zona del corner, cercado por dos jugadores, como a la belleza épica de un disparo de volea desde tu propio campo.

Carácter es destino, también en un partido de fútbol-sala.
La sintaxis es una cualidad del alma, también en un partido de fútbol-sala.

Pero no se trata únicamente de correr riesgos. Arriesgarse cuando sabes que la acción que vas a realizar no tiene ninguna posibilidad de éxito es sin duda una estupidez. Hay que saber correr riesgos. La inspiración sobreviene en el momento en que ves con claridad la forma de llevar a cabo una posibilidad que aun así permanecerá hasta su realización en un estado parecido al del gato de Schrödinger. En ese momento, que dura unas milésimas de segundos, es cuando hay que correr el riesgo. Si el gato está vivo, el balón entrará en la portería. En el ser-en-el-fútbol-sala el sentido es transparente e incuestionable y algo que hay que producir, tal como enseñaba Deleuze en La Lógica del Sentido.

La gracia de los movimientos y el ritmo son, además del riesgo, elementos imprescindibles en la constitución del estilo. La apariencia de libertad de los movimientos, simultáneamente relajados y tensos, no se consigue sin haberlos previamente automatizado mediante su repetición incansable. Por eso jugar a fútbol-sala y hacer los deberes son actividades incompatibles. No hay tiempo para todo, así que es preciso priorizar actividades.

Para lograr un buen ritmo también es fundamental automatizar movimientos. En este caso hay que hacerlo sobre todo como grupo. Si no sabeis rotar o jugar al primer toque sencillamente no sabeis jugar a fútbol-sala y os van a golear porque vuestro ritmo como conjunto será demasiado lento e inofensivo. Saber rotar y saber jugar al primer toque son los cimientos sobre los que se edifica un equipo de infantiles poderoso y temible. Pero los cimientos no lo son todo. También hay que saber deconstruirlos, porque si no el ritmo se vuelve previsible, lo cual implica que la fotaleza que debe ser un equipo deja de ser inexpugnable: el rival puede adivinar la dirección de un pase y anticiparse (la fe en el portero es el último recurso que nos deja la desesperación). Es preciso, por lo tanto, cambiar de ritmo para sorprender al rival. Un ritmo desestructurado, con aceleraciones endemoniadas, cambios repentinos de dirección y paradas estratégicas que te permitan observar la posición de los jugadores es indispensable. Los cambios de ritmo son a la vez individuales y grupales: si subes a toda velocidad por la banda alguien debe ir a toda velocidad al segundo palo, si haces una pared con un compañero la fuerza del pase y la velocidad deben coordinar (también hay que prever los movimientos de la defensa y juzgar la viabilidad del pase, puediendo elegir otra opción, si fuera necesario). El ritmo debe ser armónico e imprevisible (para el rival).

Pero quizá lo más importante de todo sea tener visión de juego. La visión de juego es el arte de crear espacios, y de hacerlo rápido, porque si no te roban el balón. Aquí hay que combinar riesgo, movimientos gráciles y ritmo. Pero sobre todo hay que tener imaginación. También conocimiento mutuo entre los jugadores: saber indicar con signos apenas perceptibles tu intención y que el otro la reconozca de inmediato, sin que lo haga el rival (en el fondo un partido es un complejo diálogo entre dos rivales, cada uno de los cuales es un sujeto colectivo que a su vez dialoga entre sí para ejecutar una acción colectiva existosa, el ser-ahí-con y la dialéctica amigo-enemigo en su máximo esplendor). Quien está en posesión del balón es el punto a partir del cual se abren y dibujan espacios en potencia, mientras el rival, lógicamente, trata de cerrarlos e imposibilitar que se conviertan en espacios en acto (que serían potencialmente peligrosos por cuanto habría que confiar en el portero para que evitara que el gol pasar al acto). El poseedor del balón no es el principal encargado de crear espacios, es más bien el principal encargado de reconocer los espacios que tratan de abrir su compañeros. En última instancia, si no ves ningún hueco, siempre puedes tirar directamente a puerta (la portería es un espacio ontológicamente diferenciado, en el sentido en que describe el espacio de lo sagrado Mircea Eliade) o lanzar un balón perdido, sin dirección, dejando las consecuencias al azar (el espacio al que aquí se apunta es cualquiera, y cualquiera puede aprovecharlo). Esto es lo que hacen los malos jugadores.

También, obviamente, hay que saber rematar. No hay que tener piedad por los porteros (parece que estoy tratando muy mal a los porteros, pero en realidad son los guardianes del espacio ontológicamente diferenciado, y son tan importantes como Frodo, ellos llevan el anillo, son los más importantes y por eso los de su equipo deben protegerles; los rivales (que lo son relativamente unos a otros) sin embargo son como Sauron, más o menos, la analogía no h quedado muy lograda, lo sé). Disparos rasos y ajusados al palo. Entrenamiento diario. Si suspendes todas las asignaturas menos lengua y literatura no te preocupes, porque vais a ganar la liga y es improbable que exista algo más importante en el mundo. Los demás Colegios son unos pringados.

viernes, 13 de marzo de 2009

La nada que es canto

Puedes contemplar el sol como quien busca la Verdad, y se quema. Puedes también tumbarte en el patio como un lagarto con los ojos cerrados y casi sin respirar, con una pequeña sonrisa etiquetada como MUY FRÁGIL que el viento se llevará temblando sobre el abismo, temblor mudo que quiere ser canto, abismo sin fondo que no quiere nada, nada que es música y canto.


¡Las flores del ártico no existen!, gritó alguien, aterrado, en la oscuridad. Pero ella las busca con tesón y sin esperanza. El mal de la esperanza sigue encerrado en la Caja de Pandora, que por una retorcida astucia llevaba el nombre de Caja de la Felicidad. Por eso la abrieron y salieron los males. Quedó la esperanza. Luego la esperanza es un mal, según dice el mito. Ella lo sabe. Busca en silencio. Es una búsqueda solitaria. Por las noches a veces juega a que no hay luz eléctrica y enciende una vela y se imagina tiempos remotos. En la llama vacilante perviven espíritus de antepasados. Eso le dijo alguien, no importa quién, cuando era pequeña y asustadiza. Al soplar el espíritu se transforma en la materia sutil del humo e inicia su ascenso. Una noche soñó que ella vivía atrapada en la llama de una vela y alguien, no importa quién, soplaba la llama. Se deshacía su cuerpo, pura ligereza, puro flotar a la deriva a la espera de un encuentro casual con alguna galaxia en la que encallar y dormir profundamente. No era ni triste ni alegre el sueño. No era una pesadilla como esas pesadillas horribles en las que se sentía perseguida por Conan el Bárbaro. Se está muy bien buscando flores del ártico, que no existen, así, sin esperanza. Parece triste pero no lo es, o igual un poco sí, quién sabe. Cómo me gustaría saltar y encallar en alguna Galaxia, y que alguien me hiciera reír por el camino, con una risa franca, lejos de las muecas deprimentes que exhiben las máscaras que ríen por compromisos de sociedad.

jueves, 5 de marzo de 2009

Pure as snow

Vuelve a nevar. La nieve es pura pero también es molesta si uno sale de las ensoñaciones y pisa la calle embarrada. Contemplarla al lado del radiador por la ventana está bien. Da ganas de tomar chocolate caliente. El fuego en las cavernas debió de ser algo fantástico. Aunque no tenían música. Quizá cantaban en grupo. Ya había grupos antes de Facebook. Individuos no, son un invento reciente. Se agrupaban para protegerse de un enemigo exterior o de la noche. La noche ha mantenido a través de los milenios su misterio. Los niños aún la temen. Dejan una luz encendida. Su fuego para espantar monstruos. Esta nieve inesperada tras unos días primaverales adquiere una cualidad onírica. O tal vez yo no he dormido bien. Camino por la nieve como un astronauta perdido en un planeta extraño y miro hacia arriba con nostalgia: la vieja nave destartalada que me trajo hasta aquí ha desaparecido, sólo quedan restos, ruinas. Las ruinas del futuro. El tiempo se ha vuelto loco. Ya no avanza en línea recta. Yo no sé a dónde ir.

martes, 3 de marzo de 2009

Aquí estamos

Pierdo el tiempo, a veces creo que no hago otra cosa. No paro de perderlo, todo el tiempo estoy perdiendo el tiempo. Como una máquina soltera. Absurda. Que no produce nada. Solitaria. Como el monstruo de Frankenstein sin su novia. Y el tiempo es oro, dicen las almas colonizadas por el capitalismo. Y el sentido del ser es el tiempo, dice Heidegger. Y el tiempo es la cuarta dimensión. Y los relojes. Y el calendario. Las estaciones. Segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años, lustros, eras, siglos, milenios. La eternidad es el tiempo sin tiempo. No sé muy bien qué quiere decir esto. Y aquí estamos*

* Para una explanación existenciaria (no categorial) del sentido de esta expresión acudir a Ser y Tiempo:

La espacialidad existenciaria del "ser ahí", que de tal suerte determina su "lugar", está ella misma fundada en el "ser en el mundo"(...) Un "aquí" y un "allí" sólo son posibles en un "ahí", es decir, si es un ente que ha abierto como ser del "ahí" la espacialidad. Este ente ostenta en su más peculiar ser el carácter del "estado de no cerrado". La expresión "ahí" mienta este esencial "estado de abierto"

La "facticidad" no es la "efectividad" del factum brutum de algo "ante los ojos", sino un carácter del ser del "ser ahí" acogido en la existencia, aunque inmediatamente repelido.